Cuando, como ahora, tengo tiempo y estoy descansada -benditas, anheladas y escasas vacaciones- me gusta pasar las horas de calor, esas en las que el sol derrite hasta el asfalto y aconseja quedarse en casa, o bien las placenteras y frescas de la madrugada, metidita en la cocina, dejando volar la imaginación y reproduciendo, tuneando o inventando recetas que a veces salen mejor y otras peor, pero que a mí me encantan, me divierten y me sirven de meditación cotidiana.
A veces, como ayer, por ejemplo, me da por rememorar los sabores de mi infancia, elaborando los viejos guisos de mi abuela -cocinera eximia donde las haya- tratando, eso sí, de aligerar un poco sus ingredientes, a fin de no acabar el verano rodando, en lugar de caminar. Así, mi elaboración del clásico chivito a la pastoril, en el que ella era maestra, obvia el rebozado del la carne - una mezcla, en mi caso, de cordero y pollo de granja- pero conserva la esencia de su sabor, con la salsa de cebollita, caldo, ajo, orégano, pimentón, vinagre, coñac, sal y pimienta en la que se hace a fuego lento la carne previamente dorada en aceite de oliva.
Degustado, como mandan los cánones, "de un día pa otro", para que los sabores se asienten, y acompañado de patatas fritas para los afortunados seres que no engordan, o de setas salteadas en mi caso, es un plato digno de mesas imperiales.
Otras veces -y a ello me dispongo acto seguido- prefiero tirar para Oriente y ocupar mis cacerolas con un pavo al curry en el que el volátil, cortado en cuadraditos pequeños y dorado en aceite de oliva (o de coco para los puristas) se guisa luego cubierto de caldo aderezado con cebolla frita, curry, cúrcuma, jengibre, cayena, comino, pimienta y unas cucharadas de tomate concentrado. Unos minutos antes de acabar la cocción se le añade un vaso de leche de coco, que le da una suavidad inigualable.
Las berenjenas de la foto que antecede tienen como destino mi heterodoxa versión de la mussaka, asadas al horno y mezcladas en un pisto con pollo picado y salteado, salsa de tomate, pimiento, cebolla y cuantas verduras ronden por la nevera, para acabar con el conjunto rociado de nata ligera y parmesano rallado y doradito al horno.
Claro que, si como hace un par de noches, se tiene prisa, puede salirse admirablemente del paso con unos pimientos verdes fritos lentamente en poco aceite -por lo del engorde- acompañados de unos huevos rotos. Para mojar pan y no parar, si no fuera porque mi saturnina disciplina me impide culminar el yantar con tales regocijos plagados de hidratos de carbono.
Ni que decir tiene que, en todos estos casos y otros que me callo para no hacer palidecer de envidia a los lectores, el veraniego banquete comienza, bien con un gazpacho fresquito, bien con una ensalada de tomate y pepino u otros interesantes vegetales de temporada.
Y ya me despido, sin más dilación, rumbo a la cocina.
¡Buen provecho para todos, mis pacientes y apreciados fellows!