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jueves, 15 de septiembre de 2016

Dieciséis grados

Esta mañana, al salir de casa, dieciséis benditos grados.
Dieciséis benditos grados y el cuerpo que, saturado de calor, absorbía el frío a bocanadas, se bañaba, se empapaba de frío, de retazos de cielo entre nubes, de bendita mañana fresca de casi otoño.

Amores

Entre todos los animales, amo a los lobos.
Y a las águilas.
Y a los grandes simios, hermanos nuestros.
Y me vienen a la mente, sin poder evitarlo, las cabras montesas, los osos, solitarios y libres, los toros de fuerza escondida, los caballos... la vida salvaje,  incontaminada, entregada a sí misma... Indomable.

Lo que yo soy (o no)

Me llegaba, hace unas horas, vía Fb., una entrada que incitaba a preguntarse si estoy viviendo la vida que me es propia, esa que corresponde a quien soy.
¿Estoy viviendo mi propia vida? De alguna forma, siento que no es esa la pregunta. Porque ¿soy yo mi propia vida? ¿Puedo, en verdad, identificarme con esa Amelia y con esa vida?¿Puedo identificarme con cualquier otra vida, posible o no? ¿Quién, o más bien, qué soy yo? ¿Qué es esa nada que, al parecer, soy, y que vive esta vida como podría vivir otra diferente? Como, quizás, lo hace. ¿Qué es este no ser nada que soy? O que no soy.
Y, a la vez, todo es completamente definido. Definidamente incompleto. Como es. De la única forma que puede ser.
Y, aún más allá, da, en realidad, lo mismo la vida que se viva y quién se sea.
A otro nivel. A todos los niveles.

Fresco

Finalmente, ha quedado un día ventoso y fresco, de cielo desteñido y nubes que lo mismo tapan que dejan asomar el sol.
Para pasear. Para sentir cómo se agita el pelo y se eriza la piel al toque del aire.
Para renovarse, después de meses de calor y calor. Para sonreír al tiempo que viene.

Proto-otoño

Increíblemente, hacía frío.
Hacía frío esta mañana tras-tormenta, y en el suelo quedaban aún algunos charcos, y las hojas y ramitas arrancadas por el aguacero de ayer se amontonaban en los márgenes de las aceras. Un airecillo limpio atravesaba la ciudad y el cielo, y te cruzabas con gente casi sonriente, camino del trabajo, casi contenta, a la que se adivinaba un poco encogida por los diecinueve grados y los hombros desnudos y las sandalias y los pantalones cortos, casi anacrónicos en este amanecer del proto-otoño.