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martes, 31 de marzo de 2020

Europa: La diosa de las dos caras

Tiene Europa dos caras, o tal vez dos miradas, o mejor, dos formas de ser vista, una desde el Norte y otra desde el Sur.
Y es Europa una diosa, o en lenguaje más convencional, un arquetipo y una aspiración, una inmensa, sobrehumana concentración de fuerza, de tiempo  y camino recorrido, de historia y de mito, de dirección y sentido, de significado y destino... para bien y para mal.

Pero esa diosa bifronte reúne dos maneras de pensar, de sentir y de vivir y querer lo humano, tiene dos almas, o tal vez muchas más. Porque también está la Madre del Este, reina de la profunda estepa, y aún otras a las que hoy no voy a referirme.

Miran a la diosa los pueblos del Sur y encuentran en su mirar a Grecia, a la cuna y la alborada del pensamiento y la razón, a las plazas soleadas de las polis, donde polemizaban los sofistas y Sócrates filosofaba rodeado de oyentes.
La Atenas de la que el orgulloso Pericles
afirmaba ser modelo de pueblos por su gobierno del demos, su valor en la defensa de la libertad, su amor al arte y la belleza y un concepto de la vida que incluía y exaltaba el ocio, el gozo y el placer del cuerpo y del espíritu.
Y ven también a Roma civilizadora madre de leyes y derechos, constructora de los caminos que unen a los pueblos y crisol de culturas, religiones y razas.
Y viñas y olivares y mística y conquista y sol y sangre y mar, y el arte y la poesía más altos,  y una forma gozosa de vivir de la que el trabajo es sólo servidor y nunca dueño.

Y luego existe el Norte, sombra de todo lo anterior, moldeado por la dureza del clima y la dureza de su forma de relacionarse con Dios y con la vida.
Ya describió Max Weber de forma magistral la relación entre el capitalismo y una ética protestante que, sobre todo en su versión calvinista, consideraba y considera el trabajo como eje vertebrador de la vida, y al dinero, su fruto, como señal incontestable de la aprobación divina de una existencia honrada, sobria y austera que nada condena más que la holganza y haraganería, justamente castigadas por un Dios implacable con la pobreza y la desgracia cuando llegan los malos tiempos.
No puede, pues, extrañarnos que hombres y mujeres formados en esa cultura continúen mirando al Sur con una mezcla de desaprobación y desprecio, y les parezca no sólo injusto, sino también inmoral enmendar la plana a Dios, o al destino, ayudando a ese Sur dedicado a perder el tiempo en inútiles placeres y que sólo trabaja, creen ellos de buena fe, lo justo para vivir al día.

¿Cómo harán esas Europas, sombra la una de la otra, para comprenderse, aceptarse y aprender aquello que las complementa?
¿Tendrán que vivir primero un proceso de diferenciación y derribo de lo construido, antes de volver a reunirse en una fase de mayor madurez, o será la gravedad de la tragedia común la que las obligue, finalmente, a la toma de conciencia de su común humanidad?

No tengo yo respuesta para eso, pero me gustaría acabar esta pequeña reflexión a vuelapluma con la sabiduría de uno de mis maestros más queridos, Robert A. Johnson, quien afirma que el proceso correcto de dos opuestos no consiste en el triunfo del uno sobre el otro, sino en la maduración que los hace acercarse, valorarse y aprender de eso que no es igual que uno.
Y, como vienen tiempos duros donde, a decir de Silo, otro de mis maestros, van a soplar los vientos del Gran Cambio, tal vez necesitemos de las mejores cualidades de las dos almas de la diosa para, junto con otros pueblos hasta ahora lejanos, cuya potencia asoma por el horizonte de nuestro viejo mundo, construir una forma de vida que nos permita a todos existir y prosperar en armonía con una Tierra castigada que, ella sí, es la Madre común que a todos nos contiene.
Pero, como dijo alguien una vez, esa es otra historia y ha de ser contada en otra parte.


jueves, 26 de marzo de 2020

Confinamiento

¡Qué... hambre de abrazos, de tertulias eternas, de besos y risas compartidos con todos los que quiero!
¡Qué nostalgia del bosque, de los corzos avistados a lo lejos y las liebres zigzagueando por los caminos!
¡Qué necesidad de montañas, de rocas altas, de rapaces de vuelo lento, de cielos abiertos, de estrellas y estrellas y estrellas!

martes, 3 de marzo de 2020

El don de la herida



Un libro espléndido, de una profundidad inusual. Alejandro Lodi conoce -es portador de- la herida quironiana, y porque la conoce es capaz de guiarnos a la nuestra, a la de cada uno, para, a su luz, acceder a un vislumbre de su don.
Me impresionó, además, reconocer, en la herida que Alejandro expone con generosidad, exactamente la de tantos padres y madres a los que acompaño, como terapeuta en un gran hospital, en el terror y la belleza de su camino.
Una sincronicidad más en este tiempo en que Saturno y Plutón, conjuntos, transitan sobre mi propio Quirón.

domingo, 1 de marzo de 2020

En proceso de homogeneización

En realidad, lo único que pasa es que nos estamos mezclando. Pueblos, razas, culturas... Y lógicamente surgen resistencias, tensiones y crisis de todo tipo. Así va a ser durante décadas. Probablemente, muchas.
De modo que nos esperan tiempos incómodos. Por usar una palabra suave.
Cuanto antes nos homogeneicemos, del todo, mejor.
Mejor para todo el mundo.

De terra i fusta

De terra i fusta

Una vez, hace años, oí, muy cerca de este lugar, una vieja canción popular que me llegó muy hondo.
El cantor hablaba de su anhelo de construir "una casa de terra i fusta com feien els antics."
Había verdad en ese anhelo.
Y nunca lo olvidé...