"Si nos centramos en el Dios trinitario podemos distinguir el momento de donación pura, que sería la persona del Padre, el de recepción pura, que sería la persona del Hijo, y el de reciprocidad pura, que sería el Espíritu."
Teresa Forcades
"Si nos centramos en el Dios trinitario podemos distinguir el momento de donación pura, que sería la persona del Padre, el de recepción pura, que sería la persona del Hijo, y el de reciprocidad pura, que sería el Espíritu."
Teresa Forcades
Todo "mal sentimiento" (odio, dolor fracaso, miedo...) y, más lejos aún, sencillamente todo sentimiento, no es más que una contracción en la extensión inmaculado de lo que es.
Todo yo, también.
Todo fracaso lo es en relación a una ilusión.
La ilusión de que las cosas, las personas, nuestra vida y uno mismo, han de ser como nosotros deseamos.
Viven los animales en el presente eterno. No así nosotros, animales también pero que, por azar o privilegio, hemos ido extediéndonos a pasado y futuro. A culpa y miedo. A nacimiento y muerte.
Viven los animales en el presente eterno. No así nosotros, huérfanos para siempre de paraíso.
La cruda realidad de la muerte, presente como nunca antes de ahora.
Sostengo su mirada un breve instante, refugio la atención en otros temas, regreso a su presencia inevitable...
No quiero luchar más.
Quiero aprender la entrega al río, ojalá de agua clara, límpida, viviente, y ojalá amplio y profundo y silencioso ese mar al que siempre está llegando.
No sé qué soy.
Mujer, esposa, madre, profesional, jubilada, humana... (añádase lo que proceda) son rasgos que no me definen. Que apenas rozan ese núcleo sin forma al que a veces puedo sentir que me acerco.
Ese espacio vacío, silente e inaprensible que se extiende hacia el infinito.
Me preguntaba hace poco, ya cerca de la setentena, qué es, qué considero lo más importante que me ha ocurrido en la vida. Y la respuesta que me surgía es... haber encontrado, allá por mis veintitantos, la puerta del espacio interior.
Todo lo que ha venido después tiene ese espacio como referente.
Y a esa puerta y ese espacio me condujeron un maestro y una shanga, con los que uní mi destino por unos años.
Y con los que nunca he dejado de pelearme internamente. Con ellos, con su imperfección y con la mía.
Cosas de la inmadurez.
Hoy me doy cuenta, agradecida y reconciliada, del infinito don que me llegó a través de esa forma.
Sencillamente, gracias.
Me horripilan los ídolos que voy creando.
Prefiero quedarme en el vacío.
Ojalá que abierta.
Ojalá en la esperanza del Espíritu.
Que sopla donde quiere.
No me interesa tanto leerlo como escucharlo.
No tanto lo que dice como lo que transmite.
Lo que él es.
Su libertad.
Esta manía de pensar (casi) siempre y (casi) al mismo tiempo una cosa y su contraria, me dificulta mucho el asunto de la escritura.
Y es que viene a resultar que no termino de estar de acuerdo (casi) nunca con (casi) nada de lo que escribo (pienso, digo, creo...)
Llegan, van llegando en tropel...
las infinitas vidas no vividas.
Ya cerca del final.