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lunes, 29 de agosto de 2016

Magia y materia

Amo la magia de la materialización.
La mágica capacidad de convertir en materia una imagen interior.
Con amor. Con trabajo. Con tiempo e inteligencia y energía.
Amo tender la mano hacia la materia y esculpir un paisaje del alma que también es alma y también es yo. Que también es mundo. Para mí. Para todos. Para sí mismo. Para, sencillamente, ser.

miércoles, 24 de agosto de 2016

Anochecer en el bosque

Se ha convertido ya en una costumbre esto de aguardar la anochecida en el bosque. De tenderse sobre la tierra, bajo un cielo todavía claro, e ir viendo cómo, donde un momento antes no había nada, van emergiendo las estrellas poco a poco, hasta que todo el campo celeste queda sembrado de fuegos blancos.
Hay noches en que la primera que aparece es la Polar. Otras, la uve doble luminosa de Casiopea, y otras, en fin, es la Osa grande la que se va encendiendo lentamente.
Y, como los sonidos del bosque acompañan con su música a estas horas de magia, a veces resulta incontenible el impulso de danzar un tandava lento. Para la noche. Para las estrellas. Para la vida inagotable del bosque.

Alternativas necesarias

Tengo la impresión de que lo que ya están empezando a hacer las personas abandonadas por los moribundos Estados de Bienestar jibarizados por el neoliberalismo, es marcharse a la periferia del sistema y auto organizarse para proveerse de los bienes y servicios que no pueden obtener de otra manera.
Y de que esta tendencia, aún minoritaria tanto en número como en aspectos, irá creciendo más y más hasta configurar un sistema generalizado, multicéntrico "a la acuariana", que incluya aspectos como la economía colaborativa, el movimiento Bien Común, la Sacroeconomía, etc. No por utopía, lo que condenaría a estos intentos al fracaso, sino por necesidad de supervivencia.
Pero la época de transición será larga y durísima.
Y habrá sufrimiento.

domingo, 21 de agosto de 2016

El patito feo. Fragmentos. III. El huevo

Con la rotura del huevo empieza el mundo. Pero no sabemos, en ningún momento sabemos de dónde viene ese huevo, esa unidad original, primigenia, con cuya ruptura comienza un destino.
Hay un huevo de cisne en un corral de patos. Un huevo grande, remiso a la apertura, que obliga a la cansada Doña Pata, cuando ya su nidada anda piando por doquier, a seguir empollando a un ser más complejo - más necesitado, por tanto, de calor y de tiempo-.
Hasta que llega su momento, y el pequeño cisne emerge a un mundo muy sencillo. Demasiado sencillo. Incapaz de reconocerlo.
Un mundo del que ignora que no es el suyo.
Pero ¿de dónde vino el huevo? Nunca lo sabremos. Nadie lo sabe.
Con el huevo comienzan la creación y el mito. Ninguno de nosotros sabe de dónde viene. De dónde viene el mundo. Qué había antes del estallido inicial que dio principio al tiempo.
Ninguno de nosotros -tampoco nuestro cisne- sabe quién es. Ninguno sabe quiénes son sus padres. Los verdaderos padres. Los reales autores del huevo de nuestro destino.
Podemos, si queremos, imaginar un dios. Un origen divino para nuestra vida demasiado humana.
Podemos apelar al cielo o al infierno. Pero no lo sabemos.
No lo sabremos nunca.
Y, muy probablemente, en nuestra ignorancia moriremos.

El patito feo. Fragmentos. II. El mundo de los patos

EL MUNDO DE LOS PATOS
El mundo de los patos no es peor, ni mejor, que otro cualquiera. Simplemente, no es mundo para un cisne. Ni siquiera para uno pequeño y tímido, como el de nuestro cuento.
Es un mundo soleado, el de estos patos. Un mundo tranquilo, convencional y jerárquico, como tantos y tantos que conocemos. Un mundo de corral, aunque sea un corral de casa señorial de foso y río, de jardines extensos y campos cultivados.
Un mundo perfectamente satisfactorio para estos patos de cuento, felices de moverse en un territorio limitado, no tanto por vallas ni cercados como por la falta de voluntad de traspasar los límites.
Y es que los patos de esta historia son patos de granja, domésticos y acostumbrados a depender de sus amos para la comida. A cambiar la libertad de sus antepasados salvajes por la aparente seguridad de una vida fácil... hasta que llega el momento de acabar en la cazuela.
Hay una bella historia animal, "La colina de Watership", donde una banda de conejos errantes en busca de hogar, encuentra una sociedad conejil aparentemente perfecta, pero en la que, inexplicablemente, de vez en cuando desaparece alguien, sin que nadie haga mención del hecho o muestre siquiera haberse dado cuenta. Hay un secreto a voces, un secreto evidente que nadie quiere mirar, porque hacerlo significaría renunciar a los fáciles y abundantes recursos de zanahorias que el amo deja a diario por las cercanías. Y el tabú, como un cáncer, corrompe el corazón de la conejera, que sabe aunque no quiera, suprimiendo toda creatividad, toda fuerza vital salvaje y sana.
No hace falta pensar mucho para darse cuenta de la semejanza entre ese mundo de corral y el nuestro. Y sí hace falta pensar un poco más para advertir que ese mundo de corral está en nuestro interior. Es esa parte nuestra Sancho Panza, aburrida, rutinaria y plácida que nos iguala a todos los demás, que nos hace no ver nuestras limitaciones auto impuestas y que nos lleva a aceptar, como la cosa más natural, una vida no elegida, no pensada, no elaborada o sentida, una vida que "es como es", sin más historias, y, lo que es más grave, que nos lleva a un desconocimiento irreflexivo acerca de nosotros mismos y de quien se supone que somos.
El reino de los patos es el reino de la máscara, del dejarse llevar por lo que hay sin plantearse siquiera, no ya que las cosas podrían ser de otra manera, sino la misma noción de que son algo.
Es también el mundo inconsciente de la infancia, donde todo es sencillamente lo que es, donde el niño es quien es, y la autoridad, no es que no se cuestione, es que ni tan siquiera se percibe.
El mundo de los patos es ese dominio de nuestro interior donde no sólo nada se cuestiona, sino donde no ha aparecido aún el concepto de cuestionamiento.
(Noviembre 2013)

El patito feo: Fragmentos. I. Erase una vez...

ÉRASE UNA VEZ...
Erase una vez un cisne que creía ser pato.
No es algo tan extraño. En realidad, le ocurre a bastantes criaturas, sean cisnes o seres humanos, o un poco de cada cosa.
Creía ser pato, pero no lo era, y por eso, siempre que trataba de pensar y comportarse como un pato normal, sólo conseguía hacerlo mal, y sentirse -como los demás no dejaban de señalárselo- torpe, feo y estúpido. Que es lo que sucede cuando uno trata de aprender a ser quien no es. Por más esfuerzos que ponga.
Erase una vez un cisne solitario, perdido en un mundo de patos y sin la menor noción de quién era.
No un héroe. No un revolucionario. No un grandioso visionario de altas aspiraciones.
Sólo una criatura perdida buscando su lugar.
Tozuda, eso sí. Persistente. Incansable. Con el valor suficiente para decir "no" a lo que era no. Y con la fuerza necesaria para marcharse y seguir buscando.
Érase una vez un buscador...
(Noviembre 2013)



sábado, 20 de agosto de 2016

Ante la muerte

Qué se puede hacer ante la muerte, más que amarnos, y abrazarnos, y compartir nuestro dolor y nuestra humanidad.

viernes, 19 de agosto de 2016

Sólo hasta el umbral

La muerte. La muerte que guarda su misterio. Que sólo nos permite acompañar hasta el umbral. Que se lleva en su barca implacable a quien amamos, sin mirarnos siquiera.
La muerte que desgarra. O que libera. Esa de la que nada sabemos. Esa cuya puerta habremos de atravesar un día, próximo o lejano, estemos preparados o no.
Nada que decir ante la muerte.
Nada que decir al que ha perdido y se encuentra con las manos vacías en una casa sola.
Únicamente... un poco de amor para el que se va. Y un poco de amor para el que se queda.
Todo el amor que podamos dar.
(Para A.)

sábado, 13 de agosto de 2016

La vía del cocinillas



Cuando, como ahora, tengo tiempo y estoy descansada -benditas, anheladas y escasas vacaciones- me gusta pasar las horas de calor, esas en las que el sol derrite hasta el asfalto y aconseja quedarse en casa, o bien las placenteras y frescas de la madrugada, metidita en la cocina, dejando volar la imaginación y reproduciendo, tuneando o inventando recetas que a veces salen mejor y otras peor, pero que a mí me encantan, me divierten y me sirven de meditación cotidiana.
A veces, como ayer, por ejemplo, me da por rememorar los sabores de mi infancia, elaborando los viejos guisos de mi abuela -cocinera eximia donde las haya- tratando, eso sí, de aligerar un poco sus ingredientes, a fin de no acabar el verano rodando, en lugar de caminar. Así, mi elaboración del clásico chivito a la pastoril, en el que ella era maestra, obvia el rebozado del la carne - una mezcla, en mi caso, de cordero y pollo de granja- pero conserva la esencia de su sabor, con la salsa de cebollita, caldo, ajo, orégano, pimentón, vinagre, coñac, sal y pimienta en la que se hace a fuego lento la carne previamente dorada en aceite de oliva.
Degustado, como mandan los cánones, "de un día pa otro", para que los sabores se asienten, y acompañado de patatas fritas para los afortunados seres que no engordan, o de setas salteadas en mi caso, es un plato digno de mesas imperiales.
Otras veces -y a ello me dispongo acto seguido- prefiero tirar para Oriente y ocupar mis cacerolas con un pavo al curry en el que el volátil, cortado en cuadraditos pequeños y dorado en aceite de oliva (o de coco para los puristas) se guisa luego cubierto de caldo aderezado con cebolla frita,  curry, cúrcuma, jengibre, cayena, comino, pimienta y unas cucharadas de tomate concentrado. Unos minutos antes de acabar la cocción se le añade un vaso de leche de coco, que le da una suavidad inigualable.
Las berenjenas de la foto que antecede tienen como destino mi heterodoxa versión de la mussaka, asadas al horno y mezcladas en un pisto con pollo picado y salteado, salsa de tomate, pimiento, cebolla y cuantas verduras ronden por la nevera, para acabar con el conjunto rociado de nata ligera y parmesano rallado y doradito al horno.
Claro que, si como hace un par de noches, se tiene prisa, puede salirse admirablemente del paso con unos pimientos verdes fritos lentamente en poco aceite -por lo del engorde- acompañados de unos huevos rotos. Para mojar pan y no parar, si no fuera porque mi saturnina disciplina me impide culminar el yantar con tales regocijos plagados de hidratos de carbono.
Ni que decir tiene que, en todos estos casos y otros que me callo para no hacer palidecer de envidia a los lectores, el veraniego banquete comienza, bien con un gazpacho fresquito, bien con una ensalada de tomate y pepino u otros interesantes vegetales de temporada.
Y ya me despido, sin más dilación, rumbo a la cocina.
¡Buen provecho para todos, mis pacientes y apreciados fellows!

viernes, 12 de agosto de 2016

jueves, 11 de agosto de 2016

Vínculos

Es nuestra forma mental la que nos hace percibir un mundo de objetos. Pero igualmente podríamos ver vínculos.
Están por todas partes. Todo interpenetrándolo todo, todo el tiempo.
La realidad es, evidentemente, vincular.

Derechos

Siempre he sentido que el ego también tiene sus derechos.
No todos. Ni siquiera muchos.
Pero algunos, sí.